En Plural: Ivelisse Pratts
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En Plural: Ivelisse Pratts
Este es un fragmento de la columna que escribe esta gran mujer dominicana en el Listin Diario, a propósito del día de la No Violencia Contra la Mujer. No se cansen de leer sobre el tema.
"Hay otras violencias, ¡ay! cuyas marcas no son visibles a primera vista, los ojos de la victima son significantes que muchas veces no decodificamos como gemidos.
Somos aquellas a las que nunca se nos ha proporcionado una bofetada ni un pellizco en lo físico, pero a las que continuamente, insidiosamente, se nos hace violencia en el hogar, en la oficina, en la escuela, en la política, torciéndonos el pulso de nuestros derechos, del derecho a expresar esos derechos, y a conquistarlos y a ejercerlos como humanas que somos, aunque todavía existan tantos Shopenhauer y tantos Moebius en el mundo.
Someternos a la doble jornada de trabajo que nos exige ser a la vez, y hacerlo con eficiencia, la “liberada” mujer que produce valores de cambio ejerciendo una profesión o un oficio, y la madre y esposa abnegada, con dominio absoluto en las tareas reproductivas, es, lo he dicho miles de veces porque soy una de ellas, una exigencia innoble, la negación misma de lo que representa una unión entre hombre y mujer, “la sola carne y la sola sangre” de que nos habla la Biblia.
Labor interminable, agoniosa, que nos deja en cada etapa un sabor de culpable en la boca, estoy aquí, y no allá, dejé pendiente un informe importante, no lavé, no dejé dispuesta la comida, esta es una violencia aceptada socialmente, incluso elogiada en las Revistas Sociales que presentan como modelo de vida a alguna que otra ejecutiva fotografiada cocinando, mientra explica como cumple excelentemente sus dos roles de vida, estirando como un chiclet el tiempo a su antojo, con una receta que a mí me ha parecido siempre inaplicable: “La organización y la disciplina”.
Mientras esta Mujer Maravilla nos avergüenza con sus capacidades múltiples, el esposo de ella, el mío, y el de muchas mujeres que me leen, estarán esperando mientras charlan, o juegan algún juego, o practican deporte, o miran golosamente la megadiva en la T.V., el plato especial que ese día prepara publicitadamente su “señora”.
La dócil y boba vanidad de una mujer que presume solamente de asumir sola esa carga doméstica que debe ser armoniosamente compartida, es una peligrosa manifestación de violencia; indica que ella ha asumido en su psique la ideología del opresor, este no necesita amenazas ni golpes, la controla virtualmente y encima se lo agradece: “mi esposo me ha impulsado en mi carrera, es mi mejor estímulo”."
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"Hay otras violencias, ¡ay! cuyas marcas no son visibles a primera vista, los ojos de la victima son significantes que muchas veces no decodificamos como gemidos.
Somos aquellas a las que nunca se nos ha proporcionado una bofetada ni un pellizco en lo físico, pero a las que continuamente, insidiosamente, se nos hace violencia en el hogar, en la oficina, en la escuela, en la política, torciéndonos el pulso de nuestros derechos, del derecho a expresar esos derechos, y a conquistarlos y a ejercerlos como humanas que somos, aunque todavía existan tantos Shopenhauer y tantos Moebius en el mundo.
Someternos a la doble jornada de trabajo que nos exige ser a la vez, y hacerlo con eficiencia, la “liberada” mujer que produce valores de cambio ejerciendo una profesión o un oficio, y la madre y esposa abnegada, con dominio absoluto en las tareas reproductivas, es, lo he dicho miles de veces porque soy una de ellas, una exigencia innoble, la negación misma de lo que representa una unión entre hombre y mujer, “la sola carne y la sola sangre” de que nos habla la Biblia.
Labor interminable, agoniosa, que nos deja en cada etapa un sabor de culpable en la boca, estoy aquí, y no allá, dejé pendiente un informe importante, no lavé, no dejé dispuesta la comida, esta es una violencia aceptada socialmente, incluso elogiada en las Revistas Sociales que presentan como modelo de vida a alguna que otra ejecutiva fotografiada cocinando, mientra explica como cumple excelentemente sus dos roles de vida, estirando como un chiclet el tiempo a su antojo, con una receta que a mí me ha parecido siempre inaplicable: “La organización y la disciplina”.
Mientras esta Mujer Maravilla nos avergüenza con sus capacidades múltiples, el esposo de ella, el mío, y el de muchas mujeres que me leen, estarán esperando mientras charlan, o juegan algún juego, o practican deporte, o miran golosamente la megadiva en la T.V., el plato especial que ese día prepara publicitadamente su “señora”.
La dócil y boba vanidad de una mujer que presume solamente de asumir sola esa carga doméstica que debe ser armoniosamente compartida, es una peligrosa manifestación de violencia; indica que ella ha asumido en su psique la ideología del opresor, este no necesita amenazas ni golpes, la controla virtualmente y encima se lo agradece: “mi esposo me ha impulsado en mi carrera, es mi mejor estímulo”."
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